P I E D A D. No puedo más.

Mi corazón tiene un límite.
Ayer me llegó un sobre gordito lleno de semillas de onoto para poder hacer mis hallacas*. Me lo mandó una compañera de la universidad con quien me reencontré en Facebook después de chorrocientos años (no pensarían que les iba decir cuántos, verdad?). Abrí ese sobre y vi salir las semillas rojas envíadas con tanto cariño desde Miami por Lyng Hou y me salieron fueguitos artificiales del corazón.
Y hoy. Hoy fue cruel. Estábamos en el colegio de Valeria para su concierto de Navidad. Los niñitos, todos canadiensemente idénticos con esos uniformes preciosos de faldas escocesas, cantaron canciones de Navidad en francés. Por unos minutos mágicos no parecían diablos pataletudos sino angelitos francófonos dulces y amapuchables. Pensé que ese era el último acto de primaria de mi vida de mamá. También pensé en que mi papá (que es francés) habría adorado estar allí y, señores, no pude más. El ataque de blanditez fue más fuerte que yo. Me sequé los ojos con la bufanda mil veces mientras Lau estaba muerto de la risa a mi lado, porque encima lloré en las canciones en que ni siquiera Valeria estaba cantando. Lloré democráticamente en todo tipo de canciones, cantadas por toda clase de diablos con actitud angelical.
Es la Navidad?
O soy yo que me estoy volviendo más idiota sentimental cada día?

La foto es medio-medio pero es lo mejor que logró Lau porque estaba muy oscuro (yo estaba ocupada llorando)
(onoto es la semilla con la que se tiñe la masa de la hallaca, el manjar navideño venezolano, un poquito difícil de hacer en el extranjero, pero no imposible)