Si algún día me pierdo quizás esté aquí.
En una isla sin automóviles, sin calles, ni semáforos.
Con unos cuantos cottages nostálgicos como casas de muñecas antiguas.
Con pequeñas veredas peatonales que parecen sacadas de un libro.
Con jardines exuberantes y bellos pero desordenados, casi salvajes.
Con un muelle melancólico donde atracan canoas, veleros y botes tan poco pretenciosos como las casas.
Con una comunidad de artistas que tiene que utilizar el ferry para ir a la ciudad a comprar provisiones.
Con una playa pequeña para caminar al atardecer.
Con la luz más naranja.