Amor que llega por correo

Cuando alguien que no te ha abrazado nunca, que no te ha mirado a los ojos, que no ha compartido un café contigo se toma la molestia de mandarte un regalo (algo que tú deseabas) ese día es fiesta nacional para ti. Es una pequeña Navidad, es tu cumpleaños otra vez. Las caras que yo pongo cuando veo el nombre en el envoltorio tienen que ser de película. Es que hasta las manos me tiemblan cuando lo destapo y doy saltos.

Eso pasa, por ejemplo, con lo que llega de La Rochelle. El diccionario no tiene una palabra para los paquetes de Caty. Son... son más bien tesoros. Son montones de cositas recopiladas, coleccionadas, dibujadas, elaboradas por ella con magia, con tiempo, contigo en la cabeza y en el corazón. Cada vez que me llega un regalo de Caty las niñas vienen corriendo para abrirlo conmigo y las tres saboreamos todo despacito para que dure...
Un día Miguel hizo un post en el que habló de unos bocadillos de guayaba venezolanos que se estaba comiendo en su casa de Holanda y yo le dije que me apetecían mucho. Un poquito después sonó el timbre y el cartero puso en mis manos unos bocadillos que enviados por Miguel que me supieron a mimos, a paraíso, a amigo, a cariño.

Otra vez estaba en un hospital y recibí aquellas pantuflas de fieltro naranja que me mandó Merche y que son las cosas más divinas que han conocido mis pies. Jenny me mandó un regalo tan lindo que las niñas me lo decomisaron, y la trotamundos Rigo me ha sorprendido en muchas ocasiones porque, de cada rincón del planeta que visita, me manda una postal escrita desde un Starbucks Coffee (menos Londres por malcriada, me la debes...)

Gracias a quienes han sido tan lindos como para consentirme así, quisiera nombrarlos a todos. Cuando se está lejos, desprendida de casi tantas cosas, estas demostraciones de cariño son hechizos super efectivos para el corazón.

(Hoy estoy blandita y - como suele pasar en estos casos - me he puesto a revisar mis tesoros).

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